domingo, 18 de julio de 2010

El cuento de la liebre

Dicen que normalmente cuando menos te lo esperas salta la liebre. La liebre, ese roedor escurridizo tan querido por los creativos de dibujos animados, se caracteriza por lo imprevisible de su aparición en el marco de una cacería.

Vistas así las cosas, lo único que hay que tener es un entrenado ojo avizor y un temple acerado. Dicen que ese es el secreto del éxito.

¿Éxito en qué? –se preguntará el lector o lectora de estas líneas- ¿Tan importante es la liebre?

En términos de conquistas amorosas, la liebre es la presa codiciada, el trofeo que corona una serie de artimañas, buenas y malas artes diseñadas para la seducción. Y he aquí la capital importancia de la liebre como metáfora, porque para el predador,, no hay bien más preciado que la pieza entre sus fauces.

Esta es la historia de un hombre miope, incapaz de ver las liebres saltar delante de su nariz. Es un hombre normal, sin un atractivo exagerado pero dentro del rango de los apetecibles en términos sexuales.

Pues bien, este esperpento de la naturaleza, se había criado de la particular manera en la cual primaba la corrección, la simpatía y el comentario siempre conveniente en sus relaciones sociales. De esta manera, era el yerno perfecto que toda madre querría para sus hijas. Lástima que las hijas veían en él al amigo (posiblemente gay) que siempre las trataba como a personas.

Porque no nos engañemos, esas chicas, más que liebres, eran unas pataliebres, unas descerebradas acumulaciones de hormonas dispuestas a comerle la boca o lo que se tercie al más choni del patio de luces, Por lo tanto, nuestro anti-héroe se consolaba dándose palillo con su colección de vhs-rip de Moana Pozzi y de Selen. Si, esos vídeos piratas que le grababan por doscientas pesetas en el vídeoclub de al lado del bar de la esquina.

Pero el tiempo lo cambia todo y aquellas niñas adoradores de chonis, garrullos y breakers-dancers vieron su futuro hipotecado por maternidades prematuras en sus viviendas de chabolismo vertical (de ese que tanto gusta en la periferia de las grandes ciudades) Dejaron de ser liebres y pasaron a ser vacaburras. (Otro tipo de presa menos deseable pero que también tiene un mercado)

Y así, nuestro anti-doncel, hastiado por la falta de atino en sus conquistas, volcó sus muchas virtudes en forjarse un futuro mejor. Acabando su carrera, empezando como pasante en una importante empresa de consulting y llegando a lo más alto de un departamento de la administración pública.

Una noche, salió a tomar algo con algunos subordinados para hacer grupo, tejer confianzas. Se sentó en su estudiada postura elegante y esperó a que le trajeran su bourbon con hielo en vaso ancho. Pues bien, al mirar perdidamente al frente, se encontró con una mirada predadora, felina, nacida en el bello rostro de una mujer absolutamente escultural. Era la mirada que predaba lo que realmente valía de su presa, la que obviaba el envoltorio e iba directa a la cartera.

Ese día, nuestro amigo supo que es ser liebre y ser víctima de un predador de ojos verdes, de largas pestañas, labios generosos de más generosos dones, de un par de pechos descomunales y una cadera potente, casi tan firme como el vientre que la gobierna.

Y está es la lección amigos, si no eres buen cazador, mira de ser una buena liebre.

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